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Fe, no sacrificio

Adaptado por Jacobo Santín de "Faith, Not Sacrifice" de Vincent Cheung


Una imagen del altar del segundo templo

Dios se deleita en la fe y en la misericordia, no en el sufrimiento ni en el sacrificio. No necesita tu dolor para sentirse bien. No necesita tu sacrificio para enriquecerse. Él es glorificado cuando presume su generosidad, no cuando tú presumes tu piedad.


Los incrédulos invierten todo esto, como si recibir cosas buenas de parte de Dios fuera motivo de vergüenza, y como si solo pudiéramos glorificarlo cuando estamos sufriendo. Ellos adoran al dios falso del sufrimiento, en lugar de adorar al Dios verdadero: el Dios de la salvación y la bendición, del amor y la paz, de la sanidad y la prosperidad, de las señales y maravillas.


Por la fe, Abraham recibió a Isaac, y por la fe, lo recibió de vuelta, de entre los muertos, en sentido figurado. Cuando Dios le pidió que lo sacrificara, Abraham estuvo dispuesto a hacerlo, pero al final no tuvo que ofrecerlo. Dios se dio por satisfecho con que Abraham estuviera dispuesto a hacer ese sacrificio. En lugar de permitir que lo llevara a cabo, Dios lo detuvo, y de la boca de Abraham salió esta revelación: "El SEÑOR proveerá."


Dios proveyó lo mismo que Abraham había ofrecido. Dios pagó su cuenta. Esto era una sombra de lo que vendría más adelante con la muerte de Cristo. Dios fue quien hizo el sacrificio que Él mismo había exigido. Por medio de Jesucristo, Dios pagó el precio que Él requería de los pecadores para garantizar su salvación.


Sigue el ejemplo de la fe de Abraham. Debemos estar dispuestos a sacrificar para Dios, pero también debemos recibir sus promesas por medio de la fe, para que todo lo que sacrifiquemos por fe podamos recuperarlo. Abraham recibió de vuelta a su hijo desde la muerte. Dios paró el sacrificio, así que en sentido figurado recibió a Isaac como si hubiera resucitado, pero aunque Dios no lo hubiera detenido, Abraham lo habría recibido de vuelta física y literalmente, porque Dios le había prometido que haría a Isaac padre de muchas naciones. El evangelio es la buena noticia de que Dios fue quien hizo el sacrificio por nosotros. El precio que Dios exigía para nuestra salvación y prosperidad, Él mismo lo pagó.


Un hombre no le está haciendo un favor a Dios cuando muere de cáncer o fallece en un accidente. Eso no es servir a Dios. Eso no es servir a la humanidad. Eso no ayuda a su familia. Quizá tú digas: “Mi tío murió de cáncer, y mi mamá se convirtió cuando escuchó el hermoso sermón en su funeral. Así que el cáncer fue la voluntad de Dios, y al final esa enfermedad fue una bendición.” Agradecemos que alguien se convirtió, sin embargo, tú no sabes lo que pudo haber pasado si tu tío no hubiera muerto.


Supón tú que un cristiano hubiera visitado a tu tío y hubiera orado por él con fe, y que Dios lo hubiera sanado. El cáncer desaparece por completo, los doctores quedan asombrados y dicen que es un milagro, entonces tu tío y tu mamá se convierten. Tu tío se vuelve un hombre apasionado por Dios, le da testimonio a su familia y predica el evangelio por dondequiera que va. Viviría muchas décadas más y gracias a él más de cien personas llegarían a la fe. Y como tú tío se convirtió en un ejemplo de sana doctrina y santidad para su familia, tu primo queda profundamente impactado y se convierte en un evangelista internacional. Como resultado, dos millones de personas se convierten durante su vida. Eso es lo que pudo haber pasado, o lo que habría pasado, si tu tío hubiera sido sanado como enseña la palabra de Dios. Pero en cambio, tu tío murió con cáncer. Solo tu mamá se convirtió, pero no fue por el cáncer, sino a pesar del cáncer.


Pero la verdadera historia no terminó con la conversión de tu mamá. En verdad no hubo un final feliz. El hijo de tu tío se volvió amargado y resentido contra Dios. Tuvo que crecer sin un padre, y sin el apoyo espiritual y económico que habría recibido. Antes no pensaba mucho en Dios, pero ahora habla contra Él ante cualquiera que lo escuche, y pasarían cinco generaciones antes de que alguien en ese lado de la familia se convirtiera a Jesucristo.

Una anécdota no es un argumento. Yo podría decir que otro escenario habría tenido un resultado mucho mejor. Quizás tú digas: “Sí, pero Dios predestinó esta situación, en la que mi tío murió de cáncer.” Es cierto, pero yo puedo responder que Dios también podría haber predestinado otra cosa, como que el tío no muriera y que más de dos millones de personas se convirtieran como resultado. Tal vez Dios no permitió el cáncer como una bendición para la familia, sino como un castigo para mandarlo a él y a por lo menos cinco generaciones de sus descendientes al infierno, salvando solo a tu madre como un resto solitario.


No puedes probar que la enfermedad fue una bendición solo porque una persona fue salva. No puedes probar que la enfermedad fue una bendición ni siquiera si un millón fueron salvos, porque si en lugar de eso hubiera ocurrido una sanidad, tal vez habrían sido salvos mil millones. Así que ese millón fue un pequeño remanente que escapó de la maldición que trajo la enfermedad, de entre los mil millones que habrían sido bendecidos por medio de una sanidad milagrosa. No puedes decir que la enfermedad es una bendición solo porque estuviste de acuerdo el resultado. La sanidad podría tener un resultado mucho mejor. Pero ni siquiera nos corresponde a nosotros juzgar el resultado. Dios es quien juzga si algo es una bendición o una maldición, y si una cosa es mejor que otra.


La palabra de Dios es la base adecuada para juzgar. Dios se revela a sí mismo como alguien deseoso de sanar, como alguien cuya naturaleza y voluntad es sanar por medio de milagros. Él promete sanar. De hecho, más que una promesa, Dios hace la sanidad un hecho a través de Jesucristo, ya que la Biblia dice que él ya llevó nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores. Todos los seguidores de Jesús tienen el mandato de sanar a los enfermos y expulsar demonios por medio de la fe en su nombre. Toda la palabra de Dios da testimonio de que la sanidad es una bendición, y la enfermedad es una maldición.


Dios se glorifica cuando sana a los enfermos. Lo que glorifica a Dios es la sanidad. La enfermedad no glorifica a Dios. Aun si crees que algo bueno sucedió gracias a la enfermedad, si hubieras creído y obedecido la palabra de Dios, algo mucho mejor pudo haber sucedido. El resultado de la enfermedad sería una tragedia total en comparación. Decir que el pecado es bueno porque Dios puede salvar al pecador y transformar su vida es usar la gracia de Dios en su contra. De la misma manera, decir que la enfermedad es buena porque Dios hace que algo bueno salga de ella es usar la bondad de Dios en su contra.


Puedes decir que fue bueno que tu mamá se haya convertido, pero no puedes decir que fue bueno que tu tío muriera de cáncer. Según la palabra de Dios, fue algo malo, muy malo. Fue una derrota y una maldición. Dios hizo que algo bueno saliera de eso, porque sacó una pequeña bendición de una maldición, pero no te engañes pensando que la enfermedad fue una bendición. De hecho, no puedes saber cuán grande fue la maldición de esa enfermedad, porque miles de personas podrían haberse salvado si hubiera ocurrido un milagro de sanidad. Siempre es mejor creer y seguir la palabra de Dios. Siempre es mejor recibir de parte de Dios salvación, sanidad, prosperidad, el favor, el éxito, la profecía, las señales y maravillas, y todas las demás cosas que nos pertenecen por fe en Jesucristo.


Dios paga su cuenta. Él exige fe, no sacrificio. Quiere que recibamos su misericordia y que compartamos su misericordia con los demás. Tu sufrimiento no le sirve nada a Él. Debes estar dispuesto a sacrificar lo que Dios te pida para el evangelio, pero debes entender que Dios nunca necesita tu sacrificio. No quieras sacrificar algo por lo que Jesús derramó su sangre para dártelo. Rechaza sufrir algo que Jesús ya llevó en tu lugar, como la condenación, la enfermedad y la pobreza. Dios hizo un sacrificio para que tú recibas una bendición. No tienes derecho a renunciar a ella. No blasfemes la sangre de Dios.


Si enfrentas una situación difícil, no la aceptes como algo bueno ni como algo permanente. No la abraces como si fuera la voluntad de Dios, sino reconoce que la voluntad de Dios es que la domines y la superes. Ten fe y actúa para eliminar cualquier sufrimiento innecesario. Usar el sufrimiento innecesario para hacerte sentir que estás haciendo algo santo y productivo, cuando en realidad solo estás siendo incrédulo e inútil es una estrategia de Satanás. No te revuelques en el sufrimiento ni lo andes romantizando. El sufrimiento no es hermoso, es feo y demoníaco. Libérate de todo sufrimiento que sea innecesario y que no tenga propósito.


Va a venir un poco de persecución de parte de los incrédulos, o de los que reconocen que no adoran a Dios ni siguen a Jesucristo. Sin embargo, es posible que la mayor parte de la persecución venga de quienes dicen que siguen a Jesús, pero en realidad no creen en él ni lo obedecen. Decide firmemente seguir a Jesucristo y obedecer sus enseñanzas, incluso cuando eso venga acompañado de un estigma. Muchas personas no creen en Cristo, incluyendo a quienes están en iglesias y seminarios.


No quieras sufrir cosas que no tengan nada que ver con seguir a Cristo, como el fracaso o la depresión. No dejes que Satanás te intimide y te haga pensar que estar enfermo y ser pobre honra a Dios. Aguantar situaciones malas con una sonrisa de impotencia no es lo que glorifica a Dios, lo que sí glorifica a Dios es superar esas situaciones por fe y acción, en el nombre de Jesús. Respóndeles a los predicadores y teólogos incrédulos con un grito desafiante. Sufrir las obras de Satanás, como el pecado y la enfermedad, y luego decir que tu sufrimiento es la voluntad de Dios, eso deshonra a Dios, eso es lo que hace que los incrédulos no quieran a Jesús. Destruir las obras de Satanás: el pecado, la enfermedad y la pobreza, y luego darle el crédito de tu victoria a tu fe en Cristo, eso es lo que glorifica a Dios. A Dios le agrada la fe, la misericordia y la justicia, no sacrificios tontos. A Dios le gusta la bendición, la sanidad y la prosperidad, no el sufrimiento necio. No seas un tonto religioso.


La cruz de Cristo no es la enfermedad ni la pobreza, ni la tragedia ni la muerte. No es el fracaso ni la depresión. La cruz es la oposición de quienes no tienen fe, de quienes están alejados de Dios y son hostiles a Él, especialmente los que dicen ser cristianos, pero que en realidad no creen. Los incrédulos siempre dicen: “¡Debemos llevar nuestra cruz! ¡Hay que cargar nuestra cruz!” ¡Pero ellos son la cruz! ¡Ellos son los que hacen sufrir a la gente! ¡Ellos son los que persiguen al pueblo de la fe!


Los incrédulos no quieren entrar en las bendiciones del evangelio, y enseñan a otros a no entrar en la vida de fe y de poder. Jesús hablaba de ellos cuando dijo: “¡Serpientes! ¡Generación de víboras! ¿Cómo escaparán de la condenación del infierno?” Esa es una buena pregunta. ¿Cómo van a escapar? ¿Qué los hace pensar que entrarán al cielo? Dicen: “¡Por medio de Jesucristo!” Pero no creen en Cristo. Rechazan lo que él dice y persiguen a quienes creen. Se oponen a la palabra de Dios sobre sanidad y prosperidad, sobre profecía y lenguas, sobre la doctrina de la fe y el ministerio de milagros. Y persiguen a quienes creen en cualquiera de estas cosas.


Si fueran verdaderos seguidores de Jesús, no atacarían a quienes creen lo que Jesús dijo sobre sanar a los enfermos, orar con fe y hacer milagros mayores. Si fueran verdaderos seguidores de Jesús, no se opondrían a lo que enseña la palabra de Dios sobre el bautismo del Espíritu Santo, que lleva a hablar en lenguas y a los dones del Espíritu, y todo tipo de poderes y experiencias sobrenaturales. Pero sí enseñan en contra de estas cosas con una furia que parece del demonio ¿a quién siguen realmente? ¿Quién es realmente su maestro? ¿A quién adoran en verdad?


Esta religión incrédula y anticristiana ha sido enseñada por los ministros y teólogos más respetados a lo largo de la historia de la iglesia, tanto en tiempos históricos como en los actuales. Piensa en un nombre — alguien muy respetado por la gente, alguien considerado muy ortodoxo según los hombres. Casi siempre contradecía a Jesús en estas cosas. Que muchas personas hayan estado equivocadas no significa que tú debas equivocarte también. Como dice la Escritura, mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo. Y si la iglesia no recibe al Espíritu de Dios, entonces mayor es el que está en nosotros que el que está en la iglesia. Toma la cruz. Lleva el estigma asociado con enseñar sobre sanidad y prosperidad, victoria y protección, oración con fe y el ministerio de milagros. Pero no sufras de forma pasiva. Lucha. Los incrédulos son los que deberían avergonzarse. Haz que sea vergonzosa la incredulidad. Exhibe sus errores y su falsa piedad. Muestra que son falsos maestros y falsos discípulos.


En los tiempos de Cristo y los apóstoles la fe y la gracia eran estigmatizadas. La ortodoxia histórica de esa época favorecía el legalismo y la tradición. Después de Cristo y los apóstoles, el estigma de la fe y la gracia ha permanecido, pero el estigma del poder y el éxito se ha vuelto aún más fuerte. La ortodoxia histórica en nuestro tiempo quiere legalismo y la tradición, rituales y sacramentalismo, pero también incredulidad y el cesacionismo.


Los incrédulos enseñan una piedad pagana que disfrazan de ortodoxia histórica. Jesús predicó un evangelio de fe, sanidad y victoria. Predicó un evangelio de milagros. Pero los incrédulos enseñan un evangelio de sufrimiento. Enseñan un evangelio de derrota y depresión, un evangelio de pobreza y victimismo. Adoran al sufrimiento, y son ellos quienes infligen la mayor parte del sufrimiento contra el pueblo de Dios, pero Dios dijo que Él quiere fe y misericordia, no sacrificio. Ya pintó una línea clara entre el verdadero evangelio y el evangelio falso, entre los seguidores de Cristo y los seguidores de Satanás.

Jacobosant.in

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