Por Jacobo Santín
En la ficción está de moda el arquetipo del héroe reacio, tanto en libros y series como en películas. Se trata de un personaje que no sabe si sus dones son una bendición o una maldición. Es el héroe indispuesto, que no quiere responder al llamado. El que está cansado de llevar el destino de otros sobre sus hombros. El héroe que guarda un secreto oscuro que contrasta mucho con su persona pública. Salva a otros a costa suya y se consume cada vez más con sus sacrificios por el bien común. A veces ni siquiera es completamente bueno, sino que tiene defectos muy cuestionables que supuestamente lo hacen más familiar para el público, más humano. Nos gusta mucho esa complejidad, los claroscuros, lo moralmente gris, la batalla interior.
Creo que a veces los cristianos nos identificamos con eso. Tenemos que ser generosos, orar mucho, estudiar la Biblia, no “buscar lo nuestro,” negar nuestros sueños y anhelos, y servir y servir y servir, a todos, durante toda nuestra vida. Nos santificamos pero parece que aunque hacemos todo lo que debemos hacer hay hábitos que no podemos cambiar, de todos modos nos seguimos sintiendo mal por ello. “Miserable hombre de mí” repetimos como un lamento. Pasamos dificultades y pruebas que no tienen sentido, y no parecen tener propósito alguno a simple vista, pero tenemos que estar gozosos, siempre llevar la sonrisa, porque Dios lo pide. Muchas cosas están mal y duelen, no comprendemos nada, pero Dios exige absoluta disposición y devoción, así que debemos aguantar.
Algunos sienten que Dios no les está dando un trato justo, pero son tan nobles que lo obedecen de todas formas. Sienten que Dios les está mandando problemas y situaciones que no merecen en verdad, pero son tan nobles que las aceptan, incluso agradecen por ellas, aunque en el fondo no perciben ningún provecho para lo que está sucediendo. Intentan obedecer los mandamientos aunque creen que son demasiado exigentes. Hay consejería que se desarrolla así: vas con un líder al que le cuentas que te sientes frustrado con las tormentas de tu vida, y te susurra que, efectivamente, no podemos saber por qué Dios hace lo que hace, parece injusto, cierto. El consejero voltea esta situación y te felicita por ser tan resiliente, tan fuerte en medio del desierto, por cargar con tanta esperanza tu cruz aunque Dios no se digna darte ninguna explicación. Ups, eso fue irreverente, ah, pero tú sientes que es toditita la verdad, aunque no lo expreses.
Es como que Dios está cuidando sus intereses, buscando su propósito, su plan, y su gloria, concentrado solamente en que se cumpla lo que él desea, y tú eres un alma noble que está sacrificando todo para ayudarlo. Dios no responde tu oración, pero tú sigues atendiendo sus mandamientos. Dios no busca tu felicidad, pero tú intentas agradarlo en todo. ¡Tú sacrificas tus sueños para cumplir sus propósitos! ¿Te das cuenta? Tú eres el héroe de la película.
La verdad es que estos sentimientos no son correctos. Los tres párrafos que acabo de escribir describen una experiencia cristiana muy común pero también muy mala. No me identifico con esas cosas, aunque en alguna época de mi vida en Cristo las llegué a sentir. Todo esto es un tipo de complejo de mártir que nosotros llamamos Teocentrismo Antropocéntrico, cuando aparentas que pones a Dios en el centro, pero en verdad te estás glorificando a ti mismo. Eres un héroe trágico. Dices “Miserable hombre de mí, ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” pero no te gusta tanto decir “¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!” Porque ya no serías una víctima, tendrías que aceptar que Dios te ha salvado de esa situación tan contradictoria, y que nadie te tumba, tú solito te tiras al suelo con tus debilidades y tu pecado, ya no podrías auto-compadecerte.
Y de veras funciona como la estructura de una historia moderna: tienes problemas en la vida, Dios no los resuelve, así que tú resistes, te sobrepones, continúas a pesar de que tu Padre no responde. Dios no hace nada aparente pero tú sigues haciendo el bien, aunque te cueste. Eres el heroico protagonista de principio a fin. Y así viven muchos cristianos. Pero es un complejo, una manifestación de orgullo (e incredulidad), “Obedezco a Dios sin pedirle nada a cambio,” “No soy un adorador interesado,” “Mi sufrimiento es la voluntad de Dios.” Qué bárbaro, qué abnegado.
Para mí el ser cristiano es muy diferente. Dios es el héroe porque me ha salvado y liberado. Dios resuelve mis problemas y me ayuda siempre, él lucha por mí, él me defiende, él me protege. En muchos sentido él me sirve mucho más de lo que yo a él. Las cosas que hago por su reino, incluyendo cada sufrimiento, me son recompensadas. Yo doy a otros pero él me lo devuelve. No pierdo nada, y cuando sacrifico algo por su reino, es solo para ganarlo de nuevo. Yo entrego mi vida por él, pero es porque sé que va a salvarla de todos modos. (Mateo 16:25) Yo gano. Soy consentido y privilegiado. Hasta las pruebas más dolorosas son solo un pretexto para derramar sobre mí las más grandes bendiciones. Por eso me he convertido en un hombre justo y es tan fácil para mi obedecer. Abro la Biblia y veo un montón de promesas para cada necesidad, anhelo, o deseo que pueda tener, con razón veo los mandamientos y es un placer ponerlos en práctica.
No ando haciéndome el adulto con Dios, al contrario, soy un niño para él, completamente dependiente, y por eso puedo ser un hombre conforme a su corazón. Con la seguridad de que Dios cuida de mis necesidades e intereses completamente yo puedo ir y dedicarme a su reino. La gran diferencia entre esta actitud y el complejo de mártir que tenemos tan normalizado es tener fe en que Dios es quien dice que es (justo, bueno, santo, no una deidad caprichosa y egoísta) y que él cumple sus promesas. Por ejemplo, si no crees que la prosperidad es parte del Evangelio, obviamente te vas a sentir toda una salvadora cuando ayudes a un hermano en necesidad con lo poquito que tienes ¡Qué gran sacrificio! Te mereces diez altares por las penurias que vas a padecer. Pero si sabes que Dios suple todas tus necesidades (Filipenses 4:19), que das y te es dado de vuelta (Lucas 6:38), y que vas a tener una cosecha de lo que siembras (2 Corintios 9:6), ya no tienes nada de qué jactarte, y Dios sigue siendo el único héroe que socorrió al pobre a través de ti y que aparte te lo va a recompensar. Es ganar-ganar. Dios no me pide devoción de a gratis como si fuera un empresario que necesita empleados explotados porque su negocio no da para pagarles prestaciones, más bien es un rey generoso, y más que un rey, porque los monarcas humanos dependen de la lealtad de de sus súbditos, pero Dios no necesita de nadie. Si nos emplea, es solo otra forma de bendecirnos.
En este contexto nosotros mismos nos podemos convertir en héroes de la fe, ya que las fuerzas y promesas que nos da Dios nos permiten servir a otros con entusiasmo, así como sacrificar tiempo y esfuerzo por ellos. Cuando tenemos claro que Dios no va a cuidar, es más fácil ayudar a otros. Si das consejería sin fe, quizás te sientas muy abrumado después de escuchar los problemas de la gente, porque te recordarán a los propios, hasta puedes entrar en pánico; pero con fe puedes guiar a los demás a través de retos muy difíciles sin una gota de angustia, porque los vas a consolar con el consuelo que Dios te da, y los vas a inspirar con los testimonios de cómo Dios te libró de situaciones parecidas, a veces idénticas.
Entonces, el héroe de la fe no puede hacerse la víctima, ni el mártir, porque Dios está con él, todo está a su alcance por medio de la oración. El héroe de la fe sabe que el origen de su provisión, salud, y todo lo demás que tiene es Dios, aunque haya mil personas de por medio, Dios está al principio de esa cadena y mientras él esté satisfecho, no habrá nada que pueda detener sus bendiciones. Entonces el héroe de la fe no se altera cuando alguien no coopera o va contra sus objetivos, o cuando las circunstancias económicas o sociales tienen turbulencias. La Palabra es inamovible, así que las promesas de Dios siempre se van a cumplir. Si las condiciones naturales son fáciles, la providencia divina tenderá a funcionar suavemente, pero si el problema parece imposible de resolver, el poder de Dios forzará a la existencia misma a doblarse para traerle los recursos que necesite y que su oración sea respondida, lo que llamamos un milagro.
El caso es que el hijo de Dios nunca es una víctima indefensa de la vida, únicamente de su propia desobediencia, incredulidad, o falta de conocimiento, aspectos que puede y tiene que mejorar.
Si no estamos recibiendo una bendición, o no se manifiesta una promesa, no es porque Dios no quiera o haya decidido soberanamente que no la tengamos, es porque hay algún requisito que nosotros no estamos cumpliendo. No eres víctima de un decreto divino. Un ejemplo que uso es el código de programación: Si te salta un error al momento de compilar o ejecutar un programa que escribiste, no culpas al editor, no dices que hiciste todo correcto pero el lenguaje te está jugando una mala pasada; eres tú el que hizo algo mal, no respetaste la sintaxis, confundiste las variables, etc. Cuando lo corrijas y te ciñas a las reglas, tendrás la aplicación que quieras. De igual manera, Dios no rompe su Palabra (aunque muy seguido nos muestra gracia y nos da cosas aunque no nos las hayamos “ganado”) si no tienes algo, es porque no pides, o pides mal, porque eres un amigo del mundo todavía (Santiago 4:2-4), o pides dudando, por lo que no debes esperar recibir nada del Señor (Santiago 1:6-7) son cosas que dependen de ti, que tú puedes cambiar. Siempre hay esperanza.
¿Entonces de qué sirve quejarte y hundirte en la auto compasión? Serviría si de verdad no tuvieras alternativa, pero eres cristiano, todo lo que dije te aplica, estás del lado correcto de la existencia, básicamente, así que de verdad no eres una víctima, deja de actuar como una.
Claro, no significa que no tengamos sentimientos negativos, angustias, o necesidades urgentes, pero hacemos lo que Jesús en Getsemaní, nos apartamos un poco y oramos, “Padre mío””Abba Padre.” Recurrimos a él. Y aunque nuestros más íntimos amigos se queden dormidos en nuestro momento más vulnerable, Dios puede enviarnos un ángel del cielo para fortalecernos en su lugar. (Lucas 22:43)
Cristo actuó así porque, como dice Juan 13:3 en lenguaje sencillo, “Dios había enviado a Jesús, y Jesús lo sabía; y también sabía que regresaría para estar con Dios, pues Dios era su Padre y le había dado todo el poder.” Y en otro lugar se dice de él que “Por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra de Dios.” No sufrió solo porque sí, ni siquiera sufrió únicamente por nuestro bien, sino que sabía la recompensa que habría después, un paso más en su relación eterna con el Padre. De igual manera nosotros despreciamos los sufrimientos, la oposición de los incrédulos y falsos hermanos, y entendemos que todo, tanto lo bueno como las pruebas que soportamos, se dan en el contexto de nuestro caminar con Dios, entendemos también que mientras le seamos fieles, y andemos por fe, tendremos grande recompensa, Dios nos sacará de las aflicciones, y seremos librados de la prueba.
Jesús nunca fue una víctima, nunca estaba desamparado. Él fue ‘víctima’ en el sentido de que tanto sus derechos, como su dignidad e integridad fueron dañados, pero no fue una víctima en el sentido de que le estaban pasando cosas que él no podía evitar, ni le estaban quitando algo que él no quería dar en primer lugar, él dijo: “Nadie me quita la vida, sino que yo la doy por mi propia voluntad. Tengo el derecho de darla y de volver a recibirla.” Lee este verso del momento de su arresto: “¿O piensas que no puedo rogar a Mi Padre, y Él pondría a Mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles?” Él podía pedir que las cosas fueran diferentes, podía rogar y el Padre lo rescataría, pero escogió no hacerlo, escogió la voluntad del Padre y se levanto de Getsemaní dispuesto a sufrir todo hasta el final.
Nadie lo estaba obligando, él podía salir de la situación cuando quisiera, sufrió lo que sufrió voluntariamente. Sus problemas no eran ser pobre o tener alguna enfermedad o inconveniencia, sino que lo que padecía era siempre consecuencia de su ministerio, los problemas cotidianos o casuales, como cobradores molestos (Mateo 17:27), una pesca deficiente (Lucas 5:5-6), o una boda que se quedó sin vino (Juan 2:1-10) eran resueltos fácilmente. A eso me refiero con no ser una víctima, si vas a sufrir, que sea por tu elección, por tu llamado, no porque no tengas de otra. Es estar en control por medio de la fe.
Y al hablar de fe, debemos reconocer que la fe es la razón primordial, es la lógica suprema, porque es la lógica de Dios. La podemos comprender bien a través de su Palabra, no es complejísima como algunos piensan, los únicos obstáculos son que la lógica que enseña el mundo no considera a Jesús, ni sus promesas, ni el carácter de Dios, ni su forma de intervenir en el mundo; y que nuestro pecado nos puede volver irracionales. Todo pecado -en el fondo- es irracionalidad. Daría como ejemplo lo que Jesús dijo sobre la ansiedad, que si no podemos cambiar el color de un solo cabello preocupándonos, no tiene sentido mortificarse. Si tu afán no puede efectuar ni siquiera un cambio diminuto en tu propio cuerpo, menos podrá resolver los problemas más grandes que te aquejan, entonces cada minuto que pases en preocupación -sin recurrir a Dios- será un minuto de sufrimiento innecesario e inútil, así que lo lógico es no andar angustiado, sino presentar a Dios tus peticiones (Filipenses 4:6) porque él sí tiene el poder para enfrentar lo que te preocupa. Es lógico. No es que te valga, sino que te aplicas en lo que te dará un resultado mil veces mejor.
Otro ejemplo de esta lógica bíblica que nos santifica es el tema de los agravios u ofensas. Jesús dijo que si alguien peca contra nosotros, debemos tratarlo directamente con él, y si se arrepiente, perdonarlo. Si no se arrepiente, podemos tomar más medidas. Pero lo que está claro es que no es correcto hacer chisme con el pecado de tu hermano, andar quejándote por todos lados, diciéndole a otros lo que te hizo. Si amas a tu hermano, es lógico que le darás la oportunidad de arrepentirse antes de que otros se enteren de lo que pasó, porque tu intención es que se aleje del pecado y esté bien con Dios, exhibirlo no servirá de nada a menos que se niegue a arrepentirse. No estás buscando tu beneficio, así que aunque tengas muchas ganas de vengarte o avergonzarlo frente a otros, no vas a buscar esa satisfacción a costa de su honor, no lo necesitas, no tiene sentido que lo hagas, porque la venganza es del Señor, y es mejor dar paso a su ira que arriesgarte a pecar tú también por cobrar el agravio por mano propia (Romanos 12:19) Una vez más dejas la posición de víctima porque razonas que Dios pondrá las cosas en su lugar y que no te dejará indefenso, también reconoces que el que pecó contra ti está en un mal lugar, y el amor te anima a confrontarlo para que confiese y se pueda reformar.
En eso se resume la vida cristiana. Es cierto que antes que una religión el cristianismo es una relación con un ser vivo, todopoderoso e inteligente. El cristianismo es algo entre tú y Dios. Tu relación con los demás y con la creación entera va a depender de qué tanto le crees, qué tanto lo amas y qué tanto lo entiendes. Así era Jesús. Él comprendía bien la relación con su Padre, lo conocía íntimamente, por eso no le tenía miedo a nada ni a nadie, y todo era posible para él. El agua es un líquido sobre el que no se puede andar, así lo dictan las leyes de la física, pero el Padre está por encima de esas leyes, y como él escucha a Jesús, nuestro Señor podía caminar sobre el mar. La gente iba a conspirar para matarlo, pero el Padre tenía el poder para resucitar a quien él quisiera, y como Jesús sabía que el Padre lo amaba, tenía completa seguridad de que iba a levantarlo de entre los muertos al tercer día. Los milagros y el sacrificio de Jesús tenían como fundamento su relación estrecha con Dios.